sábado, 21 de junio de 2025

'El canon ignorado' de Tiziana Plebani y 'Mary Barton' de Elizabeth Gaskell



            "Fueron en particular los movimientos que se interesaban en la emancipación femenina, como el sansimonismo, los que atrajeron a muchas mujeres y les brindaron estímulos para conquistar el alfabeto y la escritura como expresión de sí y de comunicación de su pensamiento. (...)

            Fue Elizabeth Gaskell (Stevenson de soltera, 1810-1865), con su primera novela, Mary Barton, ambientada en Manchester, quien supo comunicar eficazmente la dureza de la condición obrera, situando por primera vez la escena literaria en una fábrica. Publicada de manera anónima en 1848, provocó una vasta reacción entre los conservadores porque al describir la atmósfera de miseria y de tensión, la crudeza de la explotación capitalista, la mercantilización de las personas, describió el homicidio de un rico, fruto de la dureza del enfrentamiento de clases. (...)

            Elizabeth, casada con el pastor William Gaskell, al igual que ella activo en el campo de la solidaridad social, luego escribiría muchas otras novelas, centradas en la difícil comunicación entre personas de condiciones diversas, como asimismo la biografía de Charlotte Brontë, a quien la ligaban la amistad y una gran estima. Sin embargo, fue con Mary Barton que logró acertar de lleno, al restituirle a Inglaterra su imagen y a la vez una conciencia social. Consiguió además amalgamar los anhelos de un clima político con una vivencia familiar: la obra gira en torno a la bella y cortejada Mary, la hija de John, y a su recorrido de liberación de la atracción del dinero y de la riqueza hacia el reconocimiento de los dones y las virtudes humanas.

            En la introducción, Elizabeth explicaba la génesis de su obra; si inicialmente había pensado escribir un cuento que tuviese como trasfondo un paisaje campestre, en seguida cambió de idea: 'Se me ocurrió pensar en el hondo carácter novelesco de la vida de algunas de las personas con quienes me cruzaba a diario en las populosas calles de la ciudad donde residía. Siempre había sentido una gran conmiseración por esos hombres agobiados por las penas, que parecían condenados a luchar a lo largo de su vida, alternando extrañamente entre el trabajo y la necesidad.' Intentaba ilustrar la condición y las expectativas de ellos: 'No me corresponde a mí juzgar si sus amargas quejas acerca del desdén que recibían de la gente adinerada -sobre todo de los patrones, cuyas fortunas ellos habían ayudado a amasar- tenían o no fundamento.' Lo que la movía era luchar precisamente contra esa indiferencia y 'dar expresión a la aflicción que, de vez en cuando, se abate sobre esas personas mudas; aflicción que sufren sin la conmiseración de las personas felices.' 

            Mary Barton salió poco después del Manifiesto del Partido comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, al cual con frecuencia se asoció en el año de las revoluciones de Europa y contribuyó a mantener alta la antorcha de la protesta social.

            He aquí que nos encontramos el caso de una novela capaz de liberar una fuerza que irrumpía en el presente. (Virginia Woolf bendecía a las escritoras decimonónicas) porque habían sabido superar el muro del relato amoroso y de la vida doméstica (y) señalo: 'Ha sucedido algo de suma importancia'. Lo que entró en juego fue la pasión por la realidad."

El canon ignorado. La escritura de las mujeres en Europa (s. XIII-XX)
Fragmento capitulo 5 
Tiziana Plebani
Editorial Ampersand
 


'Frederick'. Capítulo V

 "Sentía que la existencia no

tiene apoyo firme sino en

la cadena ininterrumpida 

de los recuerdos."

(Karl Philip Moritz) 

 

            Quizá se pudiese suponer que el alejamiento físico llevaría a un enfriamiento en el incipiente entusiasmo que Frederick estaba comenzando a provocar en mí. Mas, al contrario, esta distancia trajo como consecuencia una mayor reafirmación de mi admiración por él, una idealización de su carácter, una exaltación de sus virtudes. En los tres meses y medio que duró su ausencia creé un dios, mi dios. Un dios que me acompañaría ya para siempre. 

            Ante cualquier problema menor de la vida cotidiana me imaginaba cómo la afrontaría él; tras cualquier comentario torpe de alguna visita intentaba suponer lo que él diría y él hablaba por mi boca. Incluso cuando estaba segura de encontrarme sola en mi dormitorio o en uno de mis paseos matutinos, lograba mantener privadas conversaciones con él.

            Sin duda, creerás que me encontraba a un paso de la oscura, que mi capacidad de raciocinio se encontraba en serio riesgo. Pero no era sí. Yo era cabalmente consciente del juego que estaba jugando: un juego sólo para él y para mí... aunque él aún no lo conocía.



domingo, 15 de junio de 2025

Geoffrey Chaucer: breves pautas biográficas


    Aunque estemos interesados primordialmente en su obra, el conocimiento de la biografía de Geoffrey Chaucer es también de interés- recordemos que vivió en un período lleno de importantes acontecimientos- ya que muestra tanto la diversidad de sus actividades como el amplio abanico de personas y clases sociales con las que entró en contacto. 

    Chaucer nació en torno a 1342, probablemente en Londres, cuando la Guerra de los Cien Años, la larga guerra contra Francia, ya había comenzado. Eduardo III había declarado la guerra en 1337 como reivindicación de su derecho a la corona francesa y dicha lucha no concluiría hasta 1453, cuando la corona inglesa pierde todas sus posesiones en Francia, excepto el puerto de Calais. A lo largo de su vida la terrible plaga conocido como la Muerte Negra golpeó el país en tres ocasiones. Cuando tenía veintitantos años el idioma inglés quedó por primera vez establecido como la lengua de los tribunales de justicia. Vio la ascensión al poder de Richard II, nieto de Eduardo III y un año antes de su muerte, Chaucer vivió el asesinato del rey Ricardo por orden de su primo Bolingbroke, duque de Lancaster, que se convertiría en Enrique IV. Vivió además la Revuelta Campesina de 1381. 

    Como podemos ver, Chaucer vivió momentos relevantes en la historia de Inglaterra pero lamentablemente falleció en 1400, unos 40 años antes de un hecho realmente importante en la historia de la literatura: la invención de la imprenta.  

    Como ya se ha mencionado, nació en 1342. Pocos datos se conocen sobre su primeros años y su educación pero es probable que haya asistido a la escuela primaria. En la Inglaterra medieval existía una extensa clase media que se infiltraba a menudo en la aristocracia y fue en esta clase media en la que nació Geoffrey Chaucer. Era el único hijo conocido de John Chaucer, un próspero comerciante de vino de Londres.  

    Cuando tenía unos 16 años, comenzó a servir como paje de una de las grandes casas aristocráticas,  la de la condesa de Ulster, hija política del rey Eduardo III. Desde ese momento, Chaucer estaría en estrecha vinculación con la nobleza gobernante. En 1359 estuvo, por ejemplo, en el asedio de Rheims, en donde fue hecho prisionero, pero fue el propio Eduardo III quien aportó las 16 libras como pago de su rescate. Obtuvo además el patronazgo de Juan de Gante, duque de Lancaster, otro hijo del Eduardo III.

    En 1366 ya estaba casado con Philippa, una de las damas de compañía de la reina y de indudable mayor rango social que él.

    Como yeoman del rey Eduardo III fue enviado en varias misiones diplomáticas, en una ocasión como miembro de una comitiva que intentaba el matrimonio entre el joven príncipe Ricardo y la hija del rey de Francia. La mayor arte de estos viajes fueron a Francia, los Países Bajos e Italia. Quizá haya viajado también como peregrino a Santiago de Compostela. 

    En 1386 fue nombrado Juez de Paz y elegido Miembro del Parlamento por el condado de Kent, después de haber servido años como Controlador de Aduanas en el puerto de Londres. 

    Bajo el reinado de tiránico Ricardo II Chaucer vivió una época de desgracias y tuvo que sufrir la dolorosa experiencia de la muerte de su mujer y la de ver cómo su patrón y viejo amigo Juan de Gante, era despojado de todo su poder y encarcelado (moriría finalmente en prisión). 

    Cuando el hijo de Juan de Gante, Enrique de Lancaster, Bolingbroke, usurpó el trono a su primo y fue declarado rey en 1399, Chaucer le dirigió al nuevo monarca un ingenioso poema titulado La queja de Chaucer a su bolso (The Complaint of Chaucer to his Purse). 

    Geoffrrey Chaucer murió en 1400 y fue enterrado en la  abadía de Westminster, una señal de honor y reconocimiento, inaugurando el Rincón de los Poetas (Poets' Corner).

    Estos detalles de su exitosa carrera como paje, soldado, diplomático y oficial nos dan idea de su activa vida y de la multiplicidad de sus ocupaciones. Sus ideas y opiniones eran, como las de Shakespeare, las propias de su época: ortodoxas, respetables y devotas. Es su genio el que es único


Siguiente lectura recomendada:  CHAUCER, EL PADRE DE LA LITERATURA INGLESA

  

'Solo en Berlín', de Hans Fallada

   


    'La vida de Hans Fallada (pseudónimo de Rudolf Ditzen) se alió con el infortunio desde muy temprano. Nacido en 1893 en Greifwald, intentó suicidarse por primera vez a los 16 años, acompañado de un amigo. Su gesto- que evoca la muerte de Klest y su amante a orillas del lago Wansee- sólo es el punto de partida de una existencia caracterizada por la inestabilidad neurótica, la infracción de la ley, el alcoholismo y la adicción a la morfina.

    La cárcel, la bebida, la morfina, entradas y salidas del sanatorio mental están a la orden del día.

    En uno de estos sanatorios en el que que se recluye (tras una discusión con su esposa en la que esgrime un arma y dispara aunque nadie resulta herido) escribe Solo en Berlín (...). 

    Aunque declarado antipolítico fue un beligerante opositor de la barbarie nazi.'

Rafael Narbona en El Cultural



(Nota editorial)

    Solo en Berlín describe la resistencia interior que mantuvo gente sencilla, no organizada, contra el régimen nazi.

    Berlín, 1940, la ciudad está dominada por el miedo. Cuando la cartera Eva Kluge llega a casa de los Quangel en el número 55 de la calle Jablonski, con una carta que les anuncia la muerte de su único hijo en un campo de batalla francés, el golpe es terrible, insoportable. Es el principio de la Segunda Guerra Mundial y toda la ciudad, todo el país y pronto media Europa, vive bajo el yugo del régimen de Hitler.

    Otto y Anna Quangel se plantean entonces si están haciendo todo lo que está en sus manos para luchar contra el Tercer Reich. Sí, son gente corriente, sin ninguna posibilidad frente al régimen nazi, pero ¿realmente se pueden quedar de brazos cruzados cuando la barbarie se ha llevado a lo que más amaban en el mundo? ¿Pueden compartir el mismo silencio cómplice que la inmensa mayoría de la población?


'Frederick'. Capítulo IV

  "Todos queremos amigos 

de vez en cuando."

(Oscar Wilde) 


            Su estancia entre nosotros fue breve, demasiado breve, y además Edward lo acaparaba la mayor pate del día. Sin embargo, en alguna conversación corta que manteníamos en la sobremesa o a la hora del té, o cuando coincidimos en la biblioteca buscando algún libro que leer al calor del fuego pude percibir la calidez de su voz, la serenidad de sus ademanes -ahora que el nerviosismo inicial se había relajado-, la ternura de su carácter y esa especial sensibilidad que lo hacía único.

            He de reconocer que no soy totalmente imparcial a este respecto; aunque no hubiese disfrutado de estas cualidades, yo las habrá imaginado en él: fue el primer ser humano que demostró evidente predilección por mí frente a Elizabeth. Con gran sutileza había hecho notar a mi hermana lo inadecuado y poco elegante de interrumpirme continuamente e, incluso, me había dado la razón contradiciendo, gentilmente eso sí, las indicaciones de Elizabeth. Nadie antes había tenido tales consideraciones conmigo. Nadie había realmente mostrado el  menor interés por mí... ni por nada mío.

            Lamentablemente pronto tuvieron que volver al internado.



domingo, 8 de junio de 2025

Y no puedo estar más de acuerdo

        "Y lo que digo (...) es que la lectura continuada de libros mediocres (...) tiene en no pocos casos efectos narcóticos sobre el gusto e incluso sobre la inteligencia- y no solo la moral- del reseñista en cuestión, cuyos puntos de referencia se van ablandando y desdibujando paulatinamente (...).

(Ignacio Echevarría)


Poe y el cuento

            


           Según el principio cardinal de Edgar Allan Poe, un cuento debe ser estructurado en torno a la unidad impresión. Todos los elementos constituyentes del cuento dependen, según él, de ese principio. El cuento, por tanto, debe ser breve, esto es, lo suficientemente breve para ser leído en una sola sesión; porque si no lo es, "debemos resignarnos"- según Poe- "a perder el efecto inmensamente importante que se deriva de la unidad de impresión; porque si es menester dos sesiones, los asuntos del mundo se interponen, y todo lo que significa totalidad queda destruido por completo."



'Frederick'. Capítulo III

 "El viento sopla, 

las nubes huyen."

(Heinrich Heine) 

 

            La llegada de Frederick supuso un cambio agradable en el monótono discurrir de mi vida. Siempre me había caracterizado por una inclinación al disfrute pasivo de las pequeñas satisfacciones que puede ofrecer la vida en el campo. Disfrutaba de tranquilos paseos por la orilla del río; siempre me había atraído el río: el continuo paso del agua, su suave golpeteo contra las piedras, el oscilante movimiento de los peces en el fondo,... No me asustaba la soledad en absoluto; es más, llegaba a desearla con ardor tras esas interminables tardes en las que ineludiblemente tenía que acompañar a mi madre o a mi hermana a sus frecuentes reuniones de té y charla absurda. Muy poco tenían que ver conmigo sus triviales conversaciones sobre la moda de Europa, los comentarios maliciosos sobre el reverendo Carlson y su joven y atractiva esposa, la insana curiosidad sobre el nuevo acompañante de tal o cual señorita,... Me apasionaba la lectura, y todavía hoy es mi gran consuelo, de tal modo que me pasaba largas horas absorta en un apasionante libro o releyendo una y otra vez ciertos fragmentos hasta que se fijaban de modo imborrable en mi memoria. Era moderadamente feliz, consciente de lo que la vida podía ofrecerme y de aquello que de seguro me sería negado.  

                Hacía tiempo que todo lo relacionada con la vida social había dejado de interesarme. Tenía diecisiete años y casi todo el mundo, en especial mi hermana Elizabeth, daba por supuesto que me quedaría soltera. No me importaba en absoluto, ni que lo pensaran ni que fuese cierto. Sí es verdad que hubo un tiempo, tenía yo unos quince años y Elizabeth trece, en que intenté hacer lo que se esperaba de mí: cuidar mi vestuario y modales, mantener una conversación agradable intercalando alguna delicada palabra en francés para dar un toque de distinción; en suma, comportarme en público como se esperaba de  mi edad y sexo. Incluso llegué a aprender a tocar un par de piezas en el pianoforte, piezas que nunca nadie me pidió que interpretara.

            Pero, ¿quién podía competir con Elizabeth? El único comentario que suscitó mi cambio de actitud en las reuniones sociales fue el que oí accidentalmente a la viuda del capitán Radcliffe: "Qué distintas son, ¿no le parece?"- le decía a la señora Keller,- "Elizabeth tan bonita y elegante. Y la pobre Charlotte..." Decidí volver a ser invisible.

                Sin embargo, apareció Frederick y todo cambió.  

  

       

martes, 3 de junio de 2025

'Las solteras indignadas', de Winifred Boggs


El autor de Las solteras indignadas, la novelita que hoy os traigo hasta aquí, es todo un desconocido. Ningún dato se encuentra sobre él en la red- ni página en la Wikipedia, ni mención alguna en mis libros de consulta,..- más allá de que Winifred Boggs es un pseudónimo, que su nombre real era Edgard Burke y que publicó novelas como Vagamond City, Sally on the Rocks, The Sale of Lady Daventry o The Return of Richard Carr, entre otras. Hasta ahí toda la información de que dispongo. Descubrí a este autor en estas horas de búsqueda por las librerías de viejo. Y, como veis en la imagen, la mía es una vieja edición de 1929 con la sobrecubierta un poco deteriorada.

En cuanto a la obra en sí, ya veis que comienzo este artículo denominándola novelita, y es que realmente lo es en tono, temática y desarrollo: una historia amable con la búsqueda de marido como punto principal (uy, esto me suena...) y que se lee con sumo agrado y una permanente sonrisa en la boca.     
Tres guapas hermanas, huérfanas de padre y madre, en edades casaderas- 26, 22 y 18 años- y muy pobres, acaban de heredar ocho mil libras de su avaro y gruñón tío Tobías, con el que vivían desde el fallecimiento de sus padres. Ocho mil libras, ni más ni menos, que ellas deciden invertir... en conseguir marido. Después de discutirlo y viendo la necesidad de escapar de esa vida de pobreza y trabajo sacrificio,  deciden que las tres se harán pasar por las hijas fallecidas de uno de los hijos de los Wanstead, y alquilar el castillo de estos, lugar al que la madre de ellas había estado vinculada en el pasado. El dinero de la herencia calculan les dará para mantener el status durante no mucho tiempo, pero confían en una pronta captura. ¿Se convertirán las tres en unas vulgares impostoras? Nada más lejos; serán, o se verán al menos como unas intrépidas aventureras. Y así comienza entonces la aventura...
  
Habrá en su empresa, sin embargo, elementos con los que no cuentan las tres jóvenes: una familia que las recibe como las grandes herederas que se supone que son, una prima algo celosilla de sus atractivos, pretendientes no deseados- o no al menos para la pareja asignada- parientes un tanto peculiares (tía Susana y su ácida e incontenible lengua son dignas de mención),  enredos y malentendidos varios pero, sobre todo, no están preparadas para la llegada de tío Juan, el amo del castillo que se había dado por muerto en la Guerra. El tío Juan parece venir a desbaratar su planes con su mirada inquisitiva, su irónico sentido del humor, con sus atractivos treinta y nueve años, y ese aire Rochesteriano, en opinión de Kit.
Y vendrán mentiras, nuevas amistades y más mentiras y entre bailes, garden-parties, tertulias y paseos todo irá enredándose hasta un final que no deseo desvelaros pero que, en este contexto, no desentona con lo esperado y deseado por todo lector. 
La novela rebosa optimismo, energía vital y cierta chispa y picardía. Pero hay además otro ingrediente que en mi caso ha decantado el éxito de la lectura: entre la simpatía de las tres protagonistas (Elena, la del medio, es la de carácter más tímido y la que menos se luce y Kit, la menor, la más vivaz y descarada y la que siempre ha de decir la última palabra) la narradora, Marjorie, mayor de las tres y la inductora de la aventura, destaca por su ingenuidad y ceguera en cuanto a las relaciones personales y por su sentido del humor. Un humor este que se deriva con frecuencia del desajuste entre su planteamiento y punto de vista y lo que el lector percibe que es la realidad, entre cómo la ha vivido ella- nos lo cuenta en retrospectiva- y cómo se ha resuelto finalmente. Marjorie en este sentido no es un narradora muy de fiar pero sí dulce y encantadora.   

Las solteras indignadas- título que proviene del error de Kit al confundir el término indignadas con indigentes al referirse a su situación económica- si bien no un hito literario destacable por una excelsa calidad literaria ni una lectura que podamos considerar imprescindible, sí es una historia muy agradable, una comedia de situación con enredo y romance, pero sin romanticismo empalagoso ni escenas al uso, y muy entretenida. Las solteras indignadas es un ligero divertimento con el encanto de una época que, para bien o para mal,  ya no vuelve.

lunes, 2 de junio de 2025

'Frederick'. Capítulo II

"Hay una virtud sin la cual 

todas las demás son inútiles;

esa virtud es el encanto."

(Stevenson) 

         

            Frederick había venido a casa por primera vez en la primavera de 1889. Su entrada en nuestras vidas fue, como todo lo que él hacía, dulce y apacible. Mi hermano Edward había decidido invitarlo a pasar las vacaciones al enterarse de que, de otro modo, tendría que quedarse solo en el internado con el estricto y malhumorado señor Wanerbridge, ya que era huérfano y sus tutores, unos tíos lejanos, estaban de viaje por Europa.

        Aquella tarde mi hermana Elizabeth, mi madre y yo estábamos en la pequeña sala frente a la biblioteca; ellas bordando y yo, que con mi natural torpeza estaba imposibilitada para emprender y llevar a buen término labores tan delicadas, leía junto a la chimenea.

        Edward entró impetuosamente sobresaltando a Pussy, que dormitaba a mis pies, besó a mi madre en la mejilla y, sin decir nada y seguido por los cuatro pares de atónitos ojos, se volvió a alejar a grandes zancadas hacia la entrada donde, con un cómico y exagerado movimiento oscilante de brazos, dio paso a quien, con el tiempo, se convertiría para todos nosotros en `nuestro querido Frederick´.   

        Describir aquí con palabras la impresión que me produjo se me antoja harto difícil. Lo intentaré. Mi primera percepción fue la de estar ante un atractivo jovencito de unos quince años- más tarde sabría que tenía dieciocho, uno más que yo- alto, delgado, de cabello castaño claro, tez pálida e inmensos ojos azules, y que llevaba un sobrio traje gris, quizás una o dos tallas más pequeño de lo aconsejable. Pero una más penetrante observación a medida que se acercaba animado, y diría que casi empujado, por Edward hizo que se asemejase a la figura de un cervatillo, solo en la inmensidad del bosque, observando con su asustada mirada inocente al cazador que, frente a él, acaba de matar de un certero disparo a su madre. Frederick parecía estar suplicando algo... Pero, ¿qué?

        Con paso inseguro se acercó a mi madre y le besó ligeramente la mano que ella le ofrecía:

            - `Señora Robson, muchas gracias por la gentileza de acogerme en su hogar´, musitó en voz muy baja pero con gran solemnidad. 

        - `Encantada, Frederik. Bienvenido a Quiny Manor. Espero que tu estancia aquí te resulte grata. Siéntete como en tu casa´. A Frederick se le veía tenso. Casi me pareció percibir un ligero temblor y cierto encogimiento, como si un dolor repentino se hubiese apoderado de él. `Pareces un chico sensato. A ver si pones un poco de sentido común en la cabeza de este hijo mío´, añadió mi madre dirigiendo una pícara mirada a Edward. 

        Frederick esbozó una tímida sonrisa que casi se convirtió en una mueca de dolor y se sonrojó. Si yo fuese una artista capaz de plasmar la belleza de un Adonis, la imagen sería la que tenía en ese momento ante mis ojos; Frederick de pie, mirando hacia el suelo como ensimismado en algún punto concreto de la alfombra, iluminado por el resplandor del fuego de la chimenea, con ese aire de indefensión que se percibía en él y que inevitablemente marcaría su destino y el mío. 

 


domingo, 1 de junio de 2025

A Cold Winter Evening

       



         To begin with, it was a cold winter evening in the bleak November. The driver had opened the gates and now he was driving the horse along an avenue; the large front of a house could be discerned through the darkness and the heavy rain among the gloomy trees. The mansion was spectacular. The said driver got down, took my trunk to the door and left. I knocked at the door. 

        A bit later I was ushered in by a manservant. He led me to a room furnished as a library. When I entered it, a bright fire was glowing and there were also two candles burning on the table and two more on the mantelpiece. `Will you wait here, madam?´, said he. After having a quick look I sat down on an easy-chair. Even though the two French windows were shut, I coul hear the north wind blowing furiously and the raindrops winking on the window panes. I shivered. I got up and advanced to the fire, removing my gloves. My hands as well as my feet were almost numbed with cold. By the fire my mind buried itself in conjectures on the meeting about to take place: `What I can do if I am rejected I know not.´ The old clock on the wall struck seven. I quitted the hearth and came back to the easy-chair. 

        Soon after, the door opened suddenly. A butler came in. `Will you walk this way, madam?´ I followed him across the wall to a drawing-room, where an old gentleman stood by the fire filling his pipe  and a lady was sitting on a couch knitting. 

        - `My Lord, my Lady, Miss Anne Redcombe´, announced the butler. 

        - `Please, do sit down´, said he, the master.  

        Meanwhile, the mistress kindly came forward to meet me. `You are completely soaked, my dear. If you do not change your clothing you will ge sick´, she told me with a motherly tenderness, and adressing him, she added, `she'd rather go to her bedroom. Besides, she must be tired after so long a journey. Poor little girl!´ `Yes, indeed´, ejaculated the master. `Go up to your chamber and have a good rest. We can talk tomorrow morning. We do hope you will find everything suitable and all the inmate here agreeable´. She rang the bell. They bid me good night and I left the room, accompanied by the butler, who had just come in. A strong feeling of gratitude invaded my heart.

        A long time elapsed since then. A never-ending period of happiness has followed that brief encounter. Even nowadays, some years later, every cold winter evening reminds me the first time I came into this house, my home, the very first moment I got in contact with these extraordinary creatures, now so deeply hooked in my heart and as dear to me as if we were the same blood, as if a strong family link made us remain together. They bestowed their affection and confidence on me, who shoud have been just a governess.

        I have been alone no more, nor have I felt any longer the heavy burden oppressing my shoulders and my soul. We are intimately attached to each other. There is a close interdependence among us: they need me and love me as much as I long for their sweet support!       

Dedicated to C. B.