"Todos queremos amigos
de vez en cuando."
(Oscar Wilde)
Su estancia entre nosotros fue breve, demasiado breve, y además Edward lo acaparaba la mayor pate del día. Sin embargo, en alguna conversación corta que manteníamos en la sobremesa o a la hora del té, o cuando coincidimos en la biblioteca buscando algún libro que leer al calor del fuego pude percibir la calidez de su voz, la serenidad de sus ademanes -ahora que el nerviosismo inicial se había relajado-, la ternura de su carácter y esa especial sensibilidad que lo hacía único.
He de reconocer que no soy totalmente imparcial a este respecto; aunque no hubiese disfrutado de estas cualidades, yo las habrá imaginado en él: fue el primer ser humano que demostró evidente predilección por mí frente a Elizabeth. Con gran sutileza había hecho notar a mi hermana lo inadecuado y poco elegante de interrumpirme continuamente e, incluso, me había dado la razón contradiciendo, gentilmente eso sí, las indicaciones de Elizabeth. Nadie antes había tenido tales consideraciones conmigo. Nadie había realmente mostrado el menor interés por mí... ni por nada mío.
Lamentablemente pronto tuvieron que volver al internado.