"Sentía que la existencia no
tiene apoyo firme sino en
la cadena ininterrumpida
de los recuerdos."
(Karl Philip Moritz)
Quizá se pudiese suponer que el alejamiento físico llevaría a un enfriamiento en el incipiente entusiasmo que Frederick estaba comenzando a provocar en mí. Mas, al contrario, esta distancia trajo como consecuencia una mayor reafirmación de mi admiración por él, una idealización de su carácter, una exaltación de sus virtudes. En los tres meses y medio que duró su ausencia creé un dios, mi dios. Un dios que me acompañaría ya para siempre.
Ante cualquier problema menor de la vida cotidiana me imaginaba cómo la afrontaría él; tras cualquier comentario torpe de alguna visita intentaba suponer lo que él diría y él hablaba por mi boca. Incluso cuando estaba segura de encontrarme sola en mi dormitorio o en uno de mis paseos matutinos, lograba mantener privadas conversaciones con él.
Sin duda, creerás que me encontraba a un paso de la oscura, que mi capacidad de raciocinio se encontraba en serio riesgo. Pero no era sí. Yo era cabalmente consciente del juego que estaba jugando: un juego sólo para él y para mí... aunque él aún no lo conocía.