viernes, 19 de octubre de 2018

'En el café de la juventud perdida', de Patrick Modiano


En el café de la juventud perdida, mi primera lectura del Premio Nobel de Literatura Patrick Modiano, es un libro peculiar, no tan solo por su planteamiento sino también por su casi inexistente trama. La estructura a cuatro voces ofrece al lector una visión poliédrica de la joven Louki y su historia. Pero no es Louki la única protagonista; el otro gran protagonista es el París de los años 60, de la bohemia, de los cafés y las tertulias, de los jóvenes a la búsqueda de un asidero, de un 'punto fijo' al que agarrarse para no ser uno más en esa corriente anónima que pasa sin dejar huella y sin encontrar un sentido a ese fluir. Un París a media luz, con sombras. Muchas sombras.

Y es que esa juventud perdida del título tiene una doble interpretación, que la lectura subraya. Por un lado, esa juventud perdida hace referencia a la evocada como un pasado irrecuperable. Pero, del mismo modo, esa juventud perdida lo es en cuanto que, en su propio presente, se halla desubicada y no acaba de encontrarse. Así, esa búsqueda de la identidad, de un punto de referencia, se convierte en elemento esencial en esta historia y es, al parecer, tema recurrente en la obra de Modiano.
"De las dos entradas del café, siempre prefería la más estrecha, la que llamaban la puerta de la sombra. Escogía la misma mesa, al fondo del local, que era pequeño. Al principio, no hablaba con nadie; luego ya conocía a los parroquianos de Le Condè, la mayoría de los cuales tenía nuestra edad, entre los diecinueve y los veinticino años, diría yo. En ocasiones se sentaba en las mesas de ellos, pero, las más de las veces, seguía siendo adicta a su sitio, al fondo del todo."
Con este comienzo, conocemos a Louki, aunque este no sea su verdadero nombre, en el Café Condè a donde va refugiándose de no se sabe bien qué. Esta voz narrativa inicial junto con las demás- tres masculinas y la de la propia Louki- nos irán acercando, cada una desde una perspectiva distinta, a esta figura enigmática cuyos misterios iremos poco a poco desvelando.

En la búsqueda de identidad que realiza ahora el lector, la de Louki, paralela a la que de sí mismos hacen los propios personajes, la historia va perdiendo el tono melancólico, casi nostálgico, del inicio para tornarse amarga. Quizá en la evolución hacia esa amargura que va tiñendo la historia, el lector pueda tener la sensación de que algo le falta, que algún eslabón se ha perdido. Puede que Modiano se haya alejado demasiado del Café Condè, que inadvertidamente se haya perdido ese vínculo, ese punto de referencia, y que el lector acabe por perderse, al igual que los personajes, por las sombrías calles de París.
"(...) si toda aquella época sigue aún viva en mi recuerdo se debe a las preguntas que quedaron sin respuesta."
Pero acaso sea por esto mismo, porque no hay respuesta, o tal vez porque hay demasiadas, por lo que, una vez concluido el libro, el Café Condè y Louki siguen por largo tiempo en la memoria del lector.

En el café de la juventud perdida es un libro bello, exquisito, desde un punto de vista estilístico. La prosa de Modiano es cadenciosa, musical, lenta y envolvente y en ella la soledad existencial de los personajes, ese gran vacío, la pesada carga de sus vidas, su deambular, van marcando el ritmo. Y, aunque puede que en algún momento decaiga un tanto el interés por la trama en sí, el lector sigue hipnóticamente la lectura hasta el inevitable final.
"Hay una calle, algo más arriba, donde me gustaría volver en alguna ocasión. (...) Allá arriba, la calle acababa en pleno cielo, como si condujese al borde de un precipicio. Caminaba con esa sensación de liviandad que, a veces, sentimos en sueños. Ya no le tenemos miedo a nada, todos los peligros son irrisorios. Si las cosas se ponen feas de verdad, basta con despertarse. Somos invencibles. Caminaba impaciente por llegar al final, allá donde no había más que el azul del cielo y el vacío. ¡Qué dicha flotar en el aire y saber por fin cómo era esa sensación de ingravidez que llevaba toda la vida buscando! Me acuerdo con una claridad tan grande de aquella mañana, y de aquella calle y del cielo, al final de todo..."
Seguiremos conociendo a Modiano...


¡Gracias por la visita! 




viernes, 5 de octubre de 2018

'En el piso de abajo', de Margaret Powell


¿Os apetece echar la vista atrás? Pues en esta ocasión viajamos hasta la primera mitad del siglo pasado con En el piso de abajo. Este libro no podemos decir que fue fuente de inspiración pero sí base de datos de series como Arriba y abajo o Downton Abbey. Y ganas le tenía yo, y muchas. De Arriba y abajo vi algunos episodios y me gustaron mucho pero he de reconocer que Downton Abbey no la he seguido a pesar de las buenas críticas. No veo televisión pero compré el pack de la primera temporada, y ahí me quedé. Hay un momento para cada cosa y este no es el mío para las series. Qué se le va a hacer. 

Pero ya os advierto que en las memorias de Margaret Powell, de soltera Margaret Langley- ¡cómo me disgusta, por cierto, esta costumbre de cambiar el apellido por el del marido al contraer matrimonio!- no nos encontramos glamour ni grandes estilismos. Apenas visitaremos el piso de arriba, la zona de ellos. Nosotros, con Margaret, estaremos en las cocinas del sótano o en las buhardillas donde se encuentran los pobre y tristes cuartos de los criados y las fiestas y recepciones las percibiremos por el gran incremento de tareas del ya de por sí laborioso trabajo de doncellas, cocineras, pinches de cocina y demás sirvientes.

En el piso de abajo es un baño de inmersión total en el lado más sucio, oscuro, grasiento, aparentemente invisible que hace posible la pervivencia de la vida de privilegio y lujo de la alta sociedad.

Margaret Langley nace en Hove en 1907 y sus memorias, narradas en veintiocho capítulos, abarcan su infancia, los diez años de entreguerras en los que estuvo trabajando en el servicio doméstico y retazos de su vida posterior. El libro fue publicado, recordemos, en 1968. 

Especialmente tiernos son los primeros capítulos centrados en su infancia de penalidades económicas sufridas por sus padres- su madre trabajaba limpiando casas y su padre, pintor, no tenía trabajo en invierno-  y ella y sus seis hermanos. Sabremos de las evidentes diferencias con los niños ricos con los que se cruzaban en el parque, de las diversiones en las que ocupaban su tiempo, de la triste experiencia de recurrir a la caridad,... 

Pero su vida cambia radicalmente cuando a los 13 años recibe una beca para continuar sus estudios- ella deseaba ser maestra. Su familia, sin embargo, no podía hacer frente a los gastos derivados- libros, ropa,...- y tuvo que ponerse a trabajar. Tras un breve empleo como lavandera decide, ya que está acostumbrada a cocinar para toda la familia, emplearse como pinche de cocina, en el servicio doméstico el más bajo escalafón entre los bajos. Trabajó durante esos diez años en varias casas, experiencias que Margaret nos cuenta sin sentimentalismo y con cierta amargura- su situación no era, desde luego, envidiable- y con algunos toques de humor

Margaret es una muchacha grandota, no muy atractiva, de fuerte carácter, buena observadora, con inquietudes intelectuales y nada conformista. Se rebela una y otra vez ante su situación pero tiene poco margen de maniobra. Tiene claro básicamente dos cosas: que quiere llegar a ser cocinera y que quiere encontrar un marido que la retire. Con tesón y tenacidad logrará alcanzar ambos objetivos. 

El libro me ha resultado encantador y muy fácil en su lectura- su lenguaje es simple y muy sencillo, sin elaboración alguna, como si estuviese transcrito tal cual Margaret iba recordando, con algunas repeticiones, interpelaciones al lector y frecuentes comparaciones con la actualidad, la de los años 60 del siglo pasado, claro. Y sus encantos, como digo, vienen dados no solo por esa agilidad y por los datos sobre los horarios, la tareas que debían realizar,... sino por hacernos testigos de las humillaciones que sufrían, de su invisibilidad, del poder y control que los amos ejercían en las cuestiones más personales, la necesidad de casarse como única vía de escape...  

Solo le puedo reprochar a Margaret Powell la escasa empatía y la nula conciencia de clase. No es crítica con el sistema que permite esas desigualdades, y al final es evidente que tan solo se lamenta del papel que le ha tocado jugar.
"No envidio especialmente a la gente rica, pero tampoco la culpo. Intentan aferrarse a su dinero. De haber tenido dinero, yo también me habría aferrado a él. La gente que dice que los ricos tienen que compartir sus posesiones no sabe lo que dice. Si lo piensan es porque ellos no tienen tanto. Yo ni me plantearía compartir las mías".
En el piso de abajo es un estupendo documento de época, la vida en las grandes mansiones- algunas de ellas venidas a menos por las guerras- pero desde otro punto de vista, el de los olvidados, los del piso de abajo

Recomendado queda.   

¡Gracias por la visita!