lunes, 30 de julio de 2018

'Pepys' Diary' ('El diario de Samuel Pepys')


Samuel Pepys (1633-1703) fue funcionario de la marina y miembro del Parlamento (Tory) pero es hoy en día recordado no por esas dos facetas sino por su diario personal, que escribió desde 1660 hasta 1669, año en el que, además del fallecimiento de su esposa, problemas de visión le obligaron a abandonar la tarea.  


El diario de Pepys no fue transcrito (estaba escrito en clave) y publicado hasta 1825- la primera edición completa casi en su totalidad se publicó entre 1893 y 1899- y supone una inestimable fuente de información sobre lo acontecido en esa década del siglo XVII- la gran plaga de 1665 o el incendio de Londres de 1666 entre otros sucesos- y de los personajes que protagonizaron esa época: Carlos II, el Duque de York, las amantes del rey,... 


Además del Prefacio y la Introducción, la primera verdadera entrada del diario corresponde al 1 de enero de 1660 y es la que transcribo a continuación…  


"JAN. 1, 1659-60 (Lord's day). This morning (we living lately in the garret,) I rose, put on my suit with great skirts, having not lately worn any other clothes but them. Went to Mr. Gunning's chapel at Exeter House, where he made a very good sermon upon these words:— "That in the fulness of time God sent his Son, made of a woman," &c.; showing, that, by "made under the law," is meant the circumcision, which is solemnized this day. Dined at home in the garret, where my wife dressed the remains of a turkey, and in the doing of it she burned her hand. I staid at home the whole afternoon, looking over my accounts; then went with my wife to my father's, and in going observed the great posts which the City workmen set up at the Conduit in Fleet-Street."

El diario de Samuel Pepys es una lectura extensa, en tres volúmenes, pero muy interesante para quienes tengan curiosidad  por esta etapa de la historia de Inglaterra. Sugiero una lectura sin prisa, a pequeños sorbos.


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sábado, 28 de julio de 2018

'Justicia ciega', de Bruce Alexander


La población de Gran Bretaña creció rápidamente durante el siglo XVIII, de unos 5 millones estimados en 1700 a cerca de 9 millones en 1801. Mucha gente abandonaba el campo para buscar nuevas oportunidades de trabajo en la ciudades cercanas y la mayoría de estas ciudades estaban superpobladas y eran, por lo general, lugares mugrientos e insalubres


La ciudad de Londres en particular era un hervidero de gente y estaba llena de suciedad y contaminación; tanto que a veces era preciso encender velas a medio día en las tiendas abarrotadas de gente debido a la mezcla del intenso humo y la persistente niebla del exterior (smog= smoke+fog). Muchos viajeros decían percibir el "olor" de Londres a cierta distancia cuando se dirigían a la ciudad. Londres era un sinfín de calles estrechas y de callejuelas que permanecían inalterables desde la época medieval y por las que la multitud pululaba. Y entre esa multitud se encontraban unos buenos puñados de malhechores que se escabullían con frecuencia por esa maraña de callejones. Así lo decía Henry Fileding- autor, entre otras obras, de la famosa Tom Jones pero también Juez de Paz de Londres-  en su Of Laws relative to Vagabonds,
"The other great Encouragement to Robbery, (....) , is the Probability of escaping Punishment. First, then, the Robber hath great Hopes of being undiscovered; And this is one principal Reason, why Robberies are more frequent in this Town, and in its Neighbourhood, than in the remoter Parts of the Kingdon."
John Fielding (1721-1780)
Henry Fielding  fue, como decimos, Chief Magistrate de la ciudad de Londres, una especie de Juez de Paz, entre 1747 y 1754. En sus tareas tenía como ayudante a uno de sus hermanastros, John Fielding, más joven que él y que había quedado ciego a los 19 años en un accidente naval. Preocupados por el aumento de robos y demás actos criminales en la ciudad, crearon en 1749 los Bow Street Runners, el cuerpo de policía que pondría orden en la ciudad de Londres hasta 1838, año en el que se crearía la Metropolitan Police. Tras el fallecimiento de Henry Fielding, John ocuparía su puesto y continuaría los proyectos pergeñados junto a  su hermano.

Y es en este contexto histórico- Londres durante la segunda mitad del siglo XVIII- en el que Bruce Alexander sitúa Justicia ciega, la primera de la serie de novelas que tienen las investigaciones del juez ciego John Fielding como hilo conductor.  
"Después de que me hayan pedido en repetidas ocasiones que me comprometiese a publicar estas memorias de mi relación con l difunto sin John Fielding,  el célebre magistrado del tribunal de Bow Street, me propongo ahora a hacerlo por vez primera, dispuesto no solo a detallar las proezas de investigación por las que es tan justamente renombrado, sino también a describir aquella prodigiosa personalidad que le permitió lograrlas."

Bow Street Runners
El que así habla es el narrador de toda la serie, Jeremy Proctor. Toda la serie de novelas será un flashback de sus vivencias con Fielding. Aquí en este primera entrega de la serie, Justicia ciega, Jeremy es un muchacho de apenas 12 años, aprendiz de impresor. Una desgracia familiar le ha traído, solo y huérfano, hasta Londres; y su ingenuidad le ha acarreado problemas bien pronto. Por fortuna, su caso será visto por el juez Fielding y este, con su especial sensibilidad hacia los jóvenes ladronzuelos- el Fielding histórico ayudó a fundar establecimientos para alimentar y vestir a niñas y niños abandonados en las calles, que irremediablemente o morirían o acabarían como criminales, y a crear instituciones para enseñarles a leer, escribir o algún tipo de oficio-, acabará por tenerlo bajo su protección y  convertirlo en ayudante. Esta voz narradora es uno de los aciertos de Justicia ciega, el hacernos partícipe de lo que sucede desde la perspectiva tierna, ingenua de un muchacho; además añadirá un toque de humor creado por sus errores de percepción. A través de sus francos ojos podremos conocer la intimidad de John Fielding, y a Samuel Johnson, célebre hoy en día por ser el autor de uno de los diccionarios más famosos de la historia, o a Boswell, su biógrafo, en sus rutinas y y quehaceres diarios dando cuenta, por ejemplo, de un buen trozo de ternera o una buena chuleta de añojo. 

La investigación llevada a cabo sobre  el aparente suicidio of Lord Richard Goodhope- con un hermano que llega de ultramar, una bella y manipuladora actriz, una pobre viuda necesitada de apoyo, un lacayo desaparecido, algún pasadizo secreto,...- es muy entretenida y una excusa perfecta para zambullirnos en el Londres de 1768, para conocer el día a día de una ciudad llena de rufianes y ladrones y el trabajo de los Bow Street Runners, pero también para poder ser testigos de la bondad, inteligencia y sentido de la justicia de este juez ciego, Blind Beak como lo llamaban popularmente. En este caso, la justicia es más ciega que nunca.

Siguiente aventura con John Fielding, Los crímenes de Grub Street. 


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RETO 'TOUR LITERARIO. CONDADOS DE INGLATERRA' 

http://carmenyamigos.blogspot.com.es/2017/02/reto-tour-literario-condados-de.html

STAFFORDSHIRE



'John Halifax, Gentleman', de Dinah Maria Mulock Craik


Ya en la reseña de The Laurel Bush hacía mención a John Halifax, Gentleman, novela de la misma autora, Dinah Maria Mulock Craik, y su reseña no se ha hecho esperar.

Hace tiempo ya que leí por primera vez esta novela, pero la lectura de la novelita que menciono arriba logró despertar la ganas de una relectura de la obra más popular, y que mayor reconocimiento ha tenido, de esta autora victoriana un tanto olvidada, desconocida podríamos decir, por aquí. 

John Halifax, Gentleman da comienzo de este modo, 

"Get out o' Mr. Fletcher's road, ye idle, lounging, little—"

"Vagabond," I think the woman (Sally Watkins, once my nurse), was going to say, but she changed her mind.

My father and I both glanced round, surprised at her unusual reticence of epithets: but when the lad addressed turned, fixed his eyes on each of us for a moment, and made way for us, we ceased to wonder. Ragged, muddy, and miserable as he was, the poor boy looked anything but a "vagabond".

Y ese sucio, harapiento y desdichado muchacho no es otro que el protagonista, John Halifax.

La de John Halifax, Gentleman es la clásica historia del pobre muchacho que con trabajo duro, honestidad, estudio, amor a la familia y fe en Dios alcanza riqueza, respetabilidad y felicidad. La historia es sencilla, heroica y ejemplarizante. Quizá demasiado heroica y ejemplarizante para el gusto actual. John Halifax, de una honestidad inquebrantable y fe ciega, no desfallece nunca, no tiene puntos flacos, no se equivoca jamás. Es un héroe tan perfecto que por momentos el lector desea ver en él alguna de las flaquezas humanas para poder sentirlo más real y cercano, más verosímil. En gran parte de su vida le acompaña su esposa, Ursula, que aparece como una mujer resolutiva, con carácter e independiente pero que, en el transcurso de la novela y una vez casada con Halifax, va perdiendo estos atributos y queda circunscrita a un papel estereotipado como esposa y madre.

A través del recorrido por la azarosa y exitosa vida de Halifax,  la novela resulta una crónica de toda una época, turbulenta y problemática con los movimientos de clase y los cambios sociales y políticos que acompañaron a la revolución industrial: la aristocracia va perdiendo parte de sus privilegios, se democratiza el acceso a la riqueza y las oportunidades de progreso... Así la novela transmite fielmente los valores de la clase media convirtiendo a un hombre corriente en un héroe épico.


La historia se desarrolla en Gloucestershire y está narrada por Phineas Fletcher, el gran amigo de toda la vida de Halifax, el gran observador de todo su recorrido vital, desde sus grandes momentos hasta sus dudas e incertidumbres. El sentimental Phineas es principalmente un admirador que idolatra a su amigo de tal modo que algunos pasajes en los que evidencia su devota amistad caen un tanto en el ridículo y la historia se edulcora excesivamente.  

John Halifax, Gentleman se publicó por primera vez en 1856. Hoy, más de 160 años después, y a pesar de los cambios que se han producido en el modo de ver y entender la vida y la literatura, sigue leyéndose. Aun con las reservas que ya se han comentado, el dictamen no puede ser otro que el de lectura recomendable. Porque John Halifax, Gentleman, a pesar de esas objeciones, se lee con agrado y deleite; su lectura es fácil y la trama atrapa. En definitiva, se disfruta de principio a fin. Y además permite una zambullida en la Inglaterra del siglo XIX que, por estos lares, se hace siempre muy apetecible.  

Si deseáis, podéis leer John Halifax, Gentleman  en este enlace de Project Gutenberg
   


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martes, 17 de julio de 2018

¿De qué murió Jane Austen?


Mucho se ha especulado sobre las causas de la muerte de la célebre autora inglesa Jane Austen. Tuberculosis, cáncer, problemas hormonales,... son algunas de las enfermedades a las que se ha estado haciendo referencia,  pero sin hallar claras evidencias de que fuese una u otra.

Desde hace más de un siglo se han estado mirando con lupa, leyendo e interpretando entre líneas, la correspondencia que se conserva de Jane Austen y otros documentos de o sobre ella para encontrar cualquier alusión a síntomas que padecía y de los que pudiese extraerse alguna conclusión. Hasta ahora tales estudios habían llevado a los padecimientos referidos arriba pero en los siete últimos años una nueva hipótesis ha ido tomando fuerza: el envenenamiento por arsénico.

La primera persona que hizo referencia a esta posibilidad fue Lindsay Ashford en 2011. Unas palabras de la propia Jane Austen sobre la coloración de su piel halladas en una de sus cartas fueron el detonante para la posterior investigación. El gran conocimiento de Lindsay Ashford, escritora de misterio, sobre el arsénico y sus síntomas le llevaron a pensar de forma casi inmediata que las manchas en la piel de Austen tenían relación con el veneno. Además el arsénico era muy utilizado durante el siglo XIX, en cosmética, por ejemplo, y en numerosos medicamentos como los que se administraban para aliviar el reumatismo, enfermedad de la que se sabe que Jane Austen padecía. 

Pero además de las irregularidades en la pigmentación de la piel, el envenenamiento por arsénico produce, en otras consecuencias, cataratas. Tres pares de gafas de la autora con diferente graduación- se conservan en la British Library junto el escritorio portátil en el que fueron halladas- es otro punto a favor de la suposición del arsénico como causa de su muerte. Lindsay Ashford y otros muchos estudiosos interesados en esta nueva posibilidad se apoyan además en la prueba que se hizo de un mechón del cabello de la autora que una pareja americana había adquirido en subasta. A este mechón se le realizó la prueba de arsénico y dió positivo. Parece que las piezas van encajando. La exhumación del cadáver y el análisis de sus huesos corroboraría (o no) esta hipótesis pero es muy improbable, imposible casi, que esto se lleve a cabo.

Fuese cual fuese la causa de su muerte, Jane Austen fallecía en Winchester el 18 de julio de 1817. Tenía 41 años. El Salisbury and Winchester Journal emitía esta breve nota necrológica, 

"El pasado viernes 18 falleció en esta ciudad la señorita Jane Austen, hija menor del extinto reverendo George Austen, rector de Steventon, en este condado, y autora de 'Emma', 'Mansfield Park', 'Orgullo y prejuicio' y 'Sentido y sensibilidad'. De maneras gentiles, afectos ardientes y un candor sin par, vivió y murió como corresponde a una humilde cristiana."



jueves, 12 de julio de 2018

Jane Austen. Testamento y última voluntad


Aunque en el registro de la catedral de Winchester, en donde está enterrada, figura la fecha del 16 de julio, Jane Austen falleció el 18 de julio de 1817.  Poco antes de su fallecimiento, el 27 de abril, y quizá intuyendo que ya no se recuperaría, redactó su breve testamento y última voluntad
Jane Austen of the Parish of Chawton do by this my last Will & Testament give and bequeath to my dearest Sister Cassandra Elizth every thing of which I may die possessed, or which may be hereafter due to me, subject to the payment of my Funeral Expences, & to a Legacy of £50. to my Brother Henry, & £50. to Mde Bigeon– which I request may be paid as soon as convenient. And I appoint my said dear Sister the Executrix of this my last Will & Testament.
Jane Austen
April 27, 1817 
En él nombraba albacea a su querida hermana Cassandra, a la que dejaba todas su posesiones a excepción de dos legados de 50 libras.  Que depositase todos sus bienes en manos de Cassandra no era de extrañar; siempre habían estado muy íntimamente unidas. Poco después del fallecimiento lograba Casandra expresar así sus sentimientos hacia la muerte de su hermana,
'Era el sol de mi vida, la luz de todos los placeres, el consuelo de mis pesares; nunca le oculté ni un solo pensamiento. Es como si hubiese perdido una parte de mí misma.'

Uno de los dos legados de 50  libras era para Henry; demostraba así el lugar que este había ocupado en su corazón. Después de Cassandra, con la que como decimos tenía un vínculo muy especial, era Henry el favorito de los siete hermanos. Mostraba además esta deferencia de Jane hacia él su agradecimiento por la ayuda que le había prestado en la publicación de sus obras. Henry, por otra parte, acababa de enviudar y tenía una situación económica complicada por la quiebra del banco en el que había depositado su capital,  y Jane sabía estar atenta a estas necesidades. 

El otro legado es quizá más inesperado y debió sorprender en gran medida a todos los cercanos a Jane.  Las otras 50 libras eran para madame Bigeon. Pero, ¿quién era madame Bigeon? Para conocerla debemos acercarnos brevemente a la figura de Eliza Hancock.      

Eliza Hancock, prima de los Austen, se había casado con Jean-François Capot de Feuillide, conde de Feuillide, y de este matrimonio había nacido Hastings, su único hijo. El conde fue guillotinado durante la Revolución francesa y Eliza había regresado a Inglaterra. Años después se casaría con Henry Austen. Hastings era un niño retardado en su desarrollo mental y con problemas de salud que acabaron con su vida en 1801 cuando tenía apenas quince años de edad. Madame Bigeon, que había huido también de Francia, fue la abnegada, devota y sufrida criada de Eliza, la que cuidó a Hastings durante toda su vida. Un criada de la que nadie se habría acordado pero, como muy acertadamente puntualiza Claire Tomalin
'Jane había tenido siempre la virtud de tener en cuenta a aquellos que otros pasaban por alto.'

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Si te interesa leer la biografía de Jane Austen, curiosidades sobre su mundo o la reseñas y artículos sobre sus obras, puedes visitar este enlace


Próxima entrada: ¿De qué murió realmente Jane Austen?



lunes, 9 de julio de 2018

El siglo XVII español. El vicio de la nieve


En esta entrada de hoy volvemos a asomarnos un poco- como las mujeres asomadas a la ventana del cuadro de Murillo- al siglo XVII en España. Pero si en las anteriores entradas nos centrábamos en el matrimonio y la situación de la mujer o en el teatro y sus espectadores, hoy nos vamos a detener en una curiosidad gastronómica o alimentaria de la época: la del uso, tan de moda en ese siglo, de la nieve. Un tema además muy fresquito para aligerar los calores de estos días.

Os dejo unos fragmentos sobre este curioso tema del muy interesante y ameno libro La vida cotidiana en la España de Velázquez al que ya le dediqué esta entrada.  

Que ustedes lo disfruten... 

"Si tuviéramos que señalar un vicio en materia alimentaria, propio del siglo XVII, no sería el de comer caliente, sino el de beber frío. 

Se empezó enfriando el agua y el vino en los primeros años, para terminar a últimos de siglo tomando todo helado, hasta el caldo. Causa asombro la pasión que los españoles de entonces sintieron por la nieve. 

Tanto gustaba la nieve, que se llegaba a cantar las excelencias de tal o cual región o paraje en función de la abundancia o baratura de mercancía tan preciada. Así, se alaban las virtudes de Granada en 1608 por ser 'donde la nieve está barata, que no hay pobre que no sea rico para gastarla'. (…)

En la capital había 'obligado' hacía mucho, y la nieve se traía, a lomos de caballerizas, desde la sierra. Pero el gran invento que abarató considerablemente la nieve y la hizo más asequible, fue la ingeniosa idea que tuvo un obligado, Pablo Xerquías o Xerquies: hacer, en lo que hoy es la glorieta de Bilbao, unos profundos pozos en los que se conservaba fácilmente. (…)

En 1607, antes de Xerquías, estaba la nieve a ocho maravedíes la libra. (…) En casi noventa años sólo subió dos maravedíes. Tanto se vendía,  que no importaba la disminución del beneficio por libra. 

A mediados de siglo ya no se concebía vivir sin gastar nieve, tanto en invierno como en verano. A modo de ilustración diremos que en 1642, en plena guerra y teniendo que hacer frente, además, a las sublevaciones de Cataluña y Portugal, el gobierno se vio obligado a embargar todas las caballerías disponibles. El asunto era grave.  Pues bien, los obligados de la nieve se dirigieron a la Sala exponiendo que puesto que se las habían quitado, se veían imposibilitados de traer nieve y hielo a la Corte, no pudiendo cumplir con la obligación. Ante la posibilidad de que la Corte quedara desabastecida, la autoridad cedió. Pese a lo sombrío de la situación del país, fuera y dentro de sus fronteras, se prefirió resolver antes el abastecimiento de la nieve. Inmediatamente se les concedió cuarenta acémilas, dictando auto para que no pudieran embargárselas. 

No se crea que exageramos. Si los peones y oficiales gastaban una libra de nieve (al fin y al cabo, no era cara), los grandes necesitaban más de una arroba. Los embajadores y el nuncio tenían franquicia de impuestos sobre 'dos arrobas de niebe cada día de berano y una de ynvierno'. 

Las bebidas se enfriaban en cantimploras, garrafas de cobre con cuello muy largo, que se enterraban en la nieve que llenaba la herrada. Se inventaron vasos especiales, las famosas 'tazas penadas', estrechas y largas para facilitar el enfriamiento de la bebida." 

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Fuente: La vida cotidiana en la España de Velázquez, José N. Alcalá-Zamora. Capítulo XV, La alimentación, por Matilde Santamaría Arnáiz. Ediciones Temas de Hoy, 1999.