martes, 18 de febrero de 2014

'Mujeres excelentes', de Barbara Pym


A veces conseguir determinado libro puede convertirse en una ardua tarea pero, si no desesperamos, el libro acabará tarde o temprano en nuestras manos. Al menos así me ha sucedido con Mujeres excelentes, de Barbara Pym. La única edición en que podía encontrarse aquí era la de Anagrama de 1985 y no ha resultado, como os digo, nada fácil hacerse con ella. Por fortuna, y gracias al empeño de mi librería de toda la vida y a la propia editorial, he podido conseguir un ejemplar de esa edición, en perfecto estado e incluso con el sencillo fajín de entonces. Ya os adelanto, la espera ha valido la pena con creces.

Y quizás os preguntareis por qué mi empeño en leer a esta autora y esta novela. Bueno, tan solo os mencionaré el apodo con el que se la conoce y todo se os hará claro y evidente: Barbara Pym, novelista inglesa, es conocida como "la Jane Austen contemporánea". Y, a diferencia de otros casos en los que las similitudes de estilos son inexistentes y tan solo un cebo para las ventas, en Barbara Pym sí se hace evidente el influjo de Austen. Y de ella decidí comenzar con esta novela por las magníficas críticas y por ser considera por la mayoría como una de las mejores. Visto el éxito de la lectura de esta primera, de seguro irán cayendo otras de sus novelas poco a poco. Jane y Prudence, que está publicada en Lumen, será probablemente la siguiente que leeré de esta autora. Pero vayamos, sin más preámbulos, con Mujeres excelentes...
"Presumo que una mujer soltera que acaba de rebasar la treintena, que vive sola y no tiene vínculos conocidos, no puede por menos de verse comprometida o interesada por los asuntos del prójimo, y si además es la hija de un pastor cabe decir realmente que la pobre no tiene remedio."
La segunda novela de Barbara Pym, Mujeres excelentes, fue publicada en 1952 y un rotundo éxito. Luego vendrían otras once, pero fue gracias a esta segunda con la que logró su gran popularidad en la época. Por desgracia, también a la autora le llegarían, pasado su momento, las vacas flacas. Sin embargo, desde 1977 y gracias a un artículo-encuesta en el suplemento cultural del Times ha vuelto a ser valorada y su obra situada en el lugar que se merece. No puedo opinar de sus otras novelas pero de esta sí diré que es magnífica, tan excelente como la mujer excelente que la narra y protagoniza, Mildred Lathbury.
Barbara Pym (1913-1980)

Mildred, de treinta y pocos, es un mujer soltera, hija huérfana de un pastor anglicano y que empieza ya a asumir el papel solteronil al que se ve abocada. No se queja de su suerte, pero llena su mundo, como toda mujer excelente, con sus labores en la parroquia, sus reuniones de té, el bazar de navidad, el fondo de restauraciones, obras de caridad,... y siempre atenta a las necesidades de los demás. Su pequeña renta le garantiza no una vida de lujo pero sí digna en su pequeño apartamento con baño compartido en una zona no especialmente privilegiada cerca de la estación Victoria, en Londres.
" 'Tengo que compartir un cuarto de baño', había murmurado ya tan a menudo, casi con vergüenza, como si me hubiese considerado personalmente indigna de un baño propio."
"Me apresuraré a añadir que no me parezco en absoluto a Jane Eyre, que debe de haber hecho concebir esperanzas a tantas mujeres feas que refieren su historia en primera persona, y que jamás he pensado en ser como ella." 
Las expectativas de Mildred, como se ve, no incluyen un Mr. Rochester ni una historia melodramática ni un final feliz. No cree que su vida vaya a sufrir grandes cambios en el futuro. Pero la llegada de un pareja, los Napier, para el vacío apartamento de abajo- Helena, antropóloga, y su marido, Rockingham, en la Marina - va a propiciar ciertos cambios. Su vida se verá alterada en cierto modo con nuevas relaciones y nuevas experiencias. Además, sus buenos amigos, el Padre Julian Malory, el vicario con el que algunos quisieran ver casada a Mildred, y su tierna y entregada hermana Winifred verán cómo la llegada a la casa parroquial de una viuda, Allegra, que aceptan como realquilada para aligerar gastos, traerá ciertas complicaciones. Tanto con sus vecinos como con sus amigos de la parroquia Mildred deberá tomar parte, intervenir en cuestiones de índole sentimental.

Mildred es una mujer ingeniosa, inteligente, una gran observador de situaciones, caracteres y ambientes, pero tímida, insegura, con la que todos cuentan y de la que en algún caso se llega a abusar,  y que no acaba de tomar las riendas de su vida. Todos parecen además poder opinar de lo que debe o no hacer para lograr su felicidad.  

La novela es, como digo, una maravillosa lectura, llena de ironía, sarcasmo, sentido del humor, y escenas costumbristas, colocando la lupa, muy al estilo de Jane Austen, sobre los pequeños detalles cotidianos. Y como su predecesora, deja a un lado la realidad de la postguerra para centrarse en la pequeña y cercana realidad por la que siente mucho mayor interés.

Con Mujeres excelentes la sonrisa asoma una y otra vez. Y asoma al mismo tiempo la ternura, la simpatía, la empatía y la comprensión por los demás.  Su encanto radica no tanto en la trama en sí sino en la irónica mirada que sobre ella lanza su narradora-protagonista y en la comprensión del comportamiento humano que la hace una novela de vigencia imperecedera.
"Empecé a entender el por qué la gente podía necesitar beber para encubrir desconciertos y recordé muchas pesadísimas ceremonias religiosas que podrían haber mejorado si a alguien se le hubiera ocurrido abrir una botella de vino. Pero las personas como nosotros teníamos que recurrir a la tetera, y pensé que no era parco mérito hacer la cosas como las hacíamos con tan inofensivo estimulante."  
Recomendación final. Se aconseja, para prolongar el disfrute, hacer una lectura pausada acompañada, a ser posible, de una buena taza de té. El tipo de té lo dejaremos al gusto del lector.

¡Gracias por la visita!

lunes, 10 de febrero de 2014

'Niños en el tiempo', de Ricardo Menéndez Salmón



"La noche más triste nunca es la primera. Pero la primera noche triste es la más larga de las noches tristes por vivir, aquella en que la extensión de la herida se muestra infinita. La noche en que se comprende lo que queda por venir, entre otras cosas la noche más triste."
Ricardo Menéndez Salmón ha publicado no hace mucho, apenas un mes, Niños en el tiempo, su décima novela, con la que asienta aún más su posición como uno de los mejores escritores contemporáneos del panorama nacional. Tras la lectura de La ofensa, La luz es más antigua que el amor y Medusa vuelve a impresionarme con una prosa intimista, de reflexivo y desnudo conceptualismo.

Menéndez Salmón se considera un erizo, siguiendo una de las clasificaciones que de los creadores hace el pensador Isaiah Berlin, y así es. Su mundo literario está claramente definido, y en torno a él construye su obra. El autor no hace pruebas ni intentos varios, no explora otros caminos. Lo tiene claro. Y acierta en su planteamiento. En lugar de experimentos ha decidido depurar su literatura. Como él mismo explica,
"Veo mi escritura como un embudo por el que cada vez pasa menos agua, pero con la condición de que ese líquido sea cada vez más puro."
Pureza expresiva, concepto preciso que inevitablemente hacen que su obra se caracterice no precisamente por su extensión, es más bien una obra breve- Niños en el tiempo, por ejemplo con 221 páginas- pero que encierra en cada una de sus novelas más densidad, más vida, que otras obras de mayor recorrido en cuanto a volumen de páginas.

Niños en el tiempo cuenta con una original estructura; es una novela escrita en tres relatos interrelacionados que acaban desarrollando de modo conjunto una idea: el niño en todos ellos es el epicentro, del dolor al principio pero al mismo tiempo del resurgir, del renacer. La herida, La cicatriz, La piel, son los tres relatos que configuran la novela y cuyos títulos nos dan ya idea de esa esperanza, de esa curación. Niños en el tiempo viene a concluir, sin falsas ni cínicas palabras de consuelo, que la oscuridad nunca desaparece del todo pero que, a pesar de ello, "la vida se abre camino" una y otra vez.


De los tres relatos el primero, La herida, es el central aunque no meridianamente colocado, y el de mayor intensidad emocional. El dolor por la muerte de un hijo, el duelo, el distanciamiento de la pareja formada por Andrea y Elena  arrastran al lector, sin melindres ni sentimentalismos, y desde la perspectiva de Antares, por ese desgarro sin límites. Antares, escritor, también analizará desde su dolor el sentido y la utilidad de la literatura como terapia frente a la vida.
"Y se dijo que quizá la literatura no fuera sino otra forma de religión, otra práctica supersticiosa mediante la que se combatía a la mente con un arma fantasmagórica: la palabra."
Los otros dos relatos - el segundo, La cicatriz, es una desmitificación de la infancia de Jesús y el tercero, La piel, continuación del primero- son menos descarnados y aportan un punto poético y metafórico, sobre todo el segundo, que da luz y brillo a un final de tintes épicos. No es una literatura la de Menéndez Salmón que produzca en el lector una emoción pasajera, llega a lo mas profundo. Así en el primer relato de Niños en el tiempo hallamos no a un fíccionador del dolor sino al dolor mismo, sin imposturas.

Recomendar la lectura de Niños en el tiempo, o la obra de Ricardo Menéndez Salmón en general, se hace innecesario, como prolijo es recomendar la buena literatura, la prosa de calidad sin edulcorantes artificiales añadidos. Pura literatura. 
"Quizá los nómadas sufren menos que los sedentarios. Quizá su dolor, al no estar ligado al recuerdo de lugares rígidos, construidos tras años de dedicación, sea más leve, como la arena del desierto o la brisa en los árboles. Quizá. 
Porque su pena entonces, su pena de hombre en la frontera de los cuarenta años, rodeado de bienes de consumo, goces inmateriales y felicidad doméstica, era tan grande como la cantidad de recursos que había empeñado para rodearse de ese mundo. La solidez de los cimientos hacía tanto más profunda la calidad de su herida. Su hijo había muerto y la casa seguía en pie. Era una prisión burlona, macabra. 
Un panóptico de su drama."

lunes, 3 de febrero de 2014

'El hombre que plantaba árboles', de Jean Giono


"Imagino que Jean Giono habrá plantado no  pocos árboles a lo largo de su vida. Solo quien ha cavado la tierra para acomodar una raíz o la promesa de esta podría haber escrito la singularísima narración que es 'El hombre que plantaba árboles', una indiscutible proeza en el arte de contar... Y esa es la conclusión: estamos esperando a Elzéard Bouffier antes de que sea demasiado tarde para el mundo."   
                                                                               (José Saramago)
En torno a 1950, una editorial norteamericana encargó a Jean Giono (1895-1970) que escribiese una historia sobre un personaje real que resultase inolvidable. Y Giono escribió El hombre que plantaba árboles- para "hacer que la gente amase los árboles (...) que amase plantar árboles"- una historia realmente inolvidable pero que al ser su protagonista un personaje ficticio fue rechazada por la editorial. A partir de 1953 el relato circuló libremente, tras ceder el autor todos sus derechos, siendo traducido a doce idiomas y dando pie a la concienciación y creación de asociaciones en defensa de la reforestación. La semilla de la preciosa historia empezaba a  dar su fruto...
 
El hombre que plantaba árboles es un bello y poético relato, aunque sobrio y de corte realista, que cautiva por su sencilla y aparente modesta propuesta. Un joven caminante por parajes desolados e inhóspitos del sur de Francia se topa en su deambular con un solitario, parco en palabras y analfabeto pastor, Elzéard Bouffier, que se dedica a plantar encinas y robles en la desértica zona. Las tierras no son suyas, ni siquiera conoce a los propietarios, pero su generosidad, su humildad, la sabiduría del saber esperar, su amor por la Naturaleza dirigen sus pasos. Bouffier logrará así la felicidad de la Tierra y la suya propia. Como bien decía al narrador un guardia forestal,
"Sabe más que nadie. ¡Ha encontrado una forma perfecta de ser feliz!"
 

Tras este encuentro con este sereno y humilde pastor que vive muy modestamente, el narrador se irá a luchar en la Gran Guerra. Volverá una segunda vez tras el fin de la contienda y en una tercera ocasión tras la conclusión de la II Guerra Mundial. Como podrá comprobar, nada, ni siquiera las guerras, ha alterado el discurrir de  la vida sencilla y apacible de este pastor que, poco a poco ha conseguido cambiar el paisaje de la zona. Los páramos desérticos son ahora, tras cuarenta años, vergeles de verdes bosques, arroyos y manantiales. Y, lo que es más, como consecuencia de este rebrotar de la vida se ha modificado también el paisaje humano, haciendo más afables y humanos a los propios habitantes. Hombre y Naturaleza en un vínculo indisoluble. 
"Todo había cambiado.  Incluso el aire. En lugar de los vendavales secos y brutales que me acogieron las primeras veces, soplaba una leve brisa cargada de aromas. (...), y eso fue lo que más me emocionó, habían plantado un tilo que debía tener unos cuatro años, ya lozano, símbolo incontestable de la resurrección." 
El hombre que plantaba árboles es un pequeña joya, una muy recomendable fábula sobre la bondad y sobre la esperanza en los tiempos por venir. Imprescindible.
"Para que el carácter de un ser humano desvele cualidades verdaderamente excepcionales, hay que tener la fortuna de poder observar su actuación durante largos años. Si dicha actuación está despojada de todo egoísmo, si la idea que la rige es de una generosidad sin par, si es absolutamente cierto que no ha buscado ninguna recompensa y que, además, ha dejado huellas visibles en el mundo, entonces nos hallamos, sin duda alguna, ante un carácter inolvidable."
 
EN MEMORIA DE MI PADRE,
un hombre inolvidable que amaba a los árboles