El autor de Las solteras indignadas, la novelita que hoy os traigo hasta aquí, es todo un desconocido. Ningún dato se encuentra sobre él en la red- ni página en la Wikipedia, ni mención alguna en mis libros de consulta,..- más allá de que Winifred Boggs es un pseudónimo, que su nombre real era Edgard Burke y que publicó novelas como Vagamond City, Sally on the Rocks, The Sale of Lady Daventry o The Return of Richard Carr, entre otras. Hasta ahí toda la información de que dispongo. Descubrí a este autor en estas horas de búsqueda por las librerías de viejo. Y, como veis en la imagen, la mía es una vieja edición de 1929 con la sobrecubierta un poco deteriorada.
En cuanto a la obra en sí, ya veis que comienzo este artículo denominándola novelita, y es que realmente lo es en tono, temática y desarrollo: una historia amable con la búsqueda de marido como punto principal (uy, esto me suena...) y que se lee con sumo agrado y una permanente sonrisa en la boca.

Habrá en su empresa, sin embargo, elementos con los que no cuentan las tres jóvenes: una familia que las recibe como las grandes herederas que se supone que son, una prima algo celosilla de sus atractivos, pretendientes no deseados- o no al menos para la pareja asignada- parientes un tanto peculiares (tía Susana y su ácida e incontenible lengua son dignas de mención), enredos y malentendidos varios pero, sobre todo, no están preparadas para la llegada de tío Juan, el amo del castillo que se había dado por muerto en la Guerra. El tío Juan parece venir a desbaratar su planes con su mirada inquisitiva, su irónico sentido del humor, con sus atractivos treinta y nueve años, y ese aire Rochesteriano, en opinión de Kit.
Y vendrán mentiras, nuevas amistades y más mentiras y entre bailes, garden-parties, tertulias y paseos todo irá enredándose hasta un final que no deseo desvelaros pero que, en este contexto, no desentona con lo esperado y deseado por todo lector.
La novela rebosa optimismo, energía vital y cierta chispa y picardía. Pero hay además otro ingrediente que en mi caso ha decantado el éxito de la lectura: entre la simpatía de las tres protagonistas (Elena, la del medio, es la de carácter más tímido y la que menos se luce y Kit, la menor, la más vivaz y descarada y la que siempre ha de decir la última palabra) la narradora, Marjorie, mayor de las tres y la inductora de la aventura, destaca por su ingenuidad y ceguera en cuanto a las relaciones personales y por su sentido del humor. Un humor este que se deriva con frecuencia del desajuste entre su planteamiento y punto de vista y lo que el lector percibe que es la realidad, entre cómo la ha vivido ella- nos lo cuenta en retrospectiva- y cómo se ha resuelto finalmente. Marjorie en este sentido no es un narradora muy de fiar pero sí dulce y encantadora.
Las solteras indignadas- título que proviene del error de Kit al confundir el término indignadas con indigentes al referirse a su situación económica- si bien no un hito literario destacable por una excelsa calidad literaria ni una lectura que podamos considerar imprescindible, sí es una historia muy agradable, una comedia de situación con enredo y romance, pero sin romanticismo empalagoso ni escenas al uso, y muy entretenida. Las solteras indignadas es un ligero divertimento con el encanto de una época que, para bien o para mal, ya no vuelve.